Abril  21, 2021

Resiliencia de lo efímero y profundo

Carta sentida que refleja un amor de juventud en el tiempo detenido.
Explícame: ¿Por qué el tiempo no ha podido borrar tu recuerdo de mi memoria? Y tú respondiste: Porque en mí tampoco se borró.

Resiliencia de lo efímero y profundo

“Sí, el tiempo ha pasado, pero hay heridas causadas que no hacen estar en paz con Dios”. 

“La contraparte dice que el perdón sanó todas las heridas y se doblegó ante el tiempo para rendirle tributo”. 


Con el despuntar del alba se hizo notable el rocío que avivó con su suave brillo los destellos del sol, anunciando por enésima vez que había llegado el momento de volver a la rutina que se paseaba con gallardía desafiando a los deseos de escapar de ella para deleitarse en otros placeres. Mientras tanto, los afanes de la academia no escatimaban en dispersar el tiempo que se extendía entre lecturas obligadas, tratados de anatomía dental, ensayos y reacciones químicas que solo eran comprendidas cuando llegaban a tener sentido en la vida real. La agitación del día finalmente había dado paso al ocaso que también traería su propio afán, aunque en esta ocasión sería entre libros de medicina y odontología que inicialmente se portaban como  espectadores pasivos de un futuro que yacía sobre la mesa y repentinamente  jugaron a ser los celestinos de miradas furtivas durante nuestros encuentros nocturnos de rutina en el comedor de la residencia universitaria, fue allí donde el deleite por la lectura también se mimetizaba con el embeleso de saborear en el pensamiento la  grata sensación de besos y caricias.


Lo que empezó como una conquista entre enciclopedias, birras y coqueteos bajo las noches de Barranquilla, pronto rindió tributo al romance de juventud que te convirtió en el forajido nocturno de los tiernos besos que robaste de mis labios cuando regresamos con las manos entrelazadas; fue en ese camino a casa donde el Cupido de ojos vendados de quien se dice que a los que flecha los llena del verdadero amor que surge del alma y no de lo físico; lanzó su saeta embebida en esa pócima mágica llamada amor que plácidamente se instaló en el núcleo estriado de nuestros cerebros. Al pasar de lo efímero a lo profundo nuestros cuerpos se amalgamaron al compás del gemir y la tensión de esa primera vez, solo cuatro paredes y un lecho fueron testigos de esos momentos de éxtasis que profesábamos.  


Cierto día, ese amor efímero y profundo que otrora fue un baluarte se vió afectado por errores fatales que causaron una absurda avería en la estructura que a pesar de los embates del tiempo jamás colapsó, pues invariablemente mantuvo la esperanza de ser restablecida cual ave fénix al renacer de sus propias cenizas.


Esos sitios que juntos visitamos, continuamente fueron los indicios que se transformaron en perennes testigos mudos   que siempre se han resistido a convertirse en expedientes olvidados por que son el medio que han usado para mantener vivo el recuerdo en la lógica del tiempo. Esos mismos lugares han sido los que durante 3 décadas insisten en atestiguar que aún afloran tus sentimientos cada vez que transitas de manera consciente o inconsciente por aquella esquina memorable que según tu juicio aún conserva mi recuerdo. Seguramente somos almas que se encontraron para permanecer juntas en el pensamiento que le ha concedido tanto a los calendarios como a las circunstancias preservar ese amor en el tiempo detenido.


Al tiempo poco le interesan los calendarios porque no se conforma con marcar horarios, él solo sigue su camino al compás de su destino; por eso, después de muchos años un día finalmente te pregunté: Explícame: ¿Por qué el tiempo no ha podido borrar tu recuerdo de mi memoria? Y tú respondiste: -Porque en mí tampoco se borró. Para lograr revivir el pasado te convertiste entonces en préstamo del presente y yo en préstamo del futuro que ajeno a la razón quedó atónito ante el reencuentro, parece que ese archivo pendiente tuvo compasión y reabrió el caso al preguntarse si esos sitios que fueron testigos mudos de ese amor de juventud son hoy los que al final han resuelto el caso. Sí, el tiempo ha pasado, fueron muchos años de búsqueda mental sostenidos entre los calendarios a la espera de una respuesta que pronto llegaría porque en silencio deseábamos el bien del otro, aun sin motivos, preguntándonos donde estaríamos y que había sido de nuestras vidas.


Entonces pensé que amar era permitir que encontraras tu propia felicidad a pesar de haber tomado rumbos distintos y decidí amarte sin apegos para evitar el sufrimiento. Eres el amor de mi vida, siempre lo serás y lo demostramos cuando nos entregamos sin pedir nada a cambio, con la certeza de que pase lo que pase, en algún lugar de nuestras mentes siempre permaneceremos juntos en silenciosa compañía.


Se me antoja terminar mi carta con ciertos ajustes a las palabras de Antoine de Saint-Exupéry en su libro “El Principito”: “Te amo” –dijo la princesa… - “Yo también te quiero” –dijo el girasol.  - “No es lo mismo” –respondió ella… - “Ya entendí” -replicó el girasol.  -” No lo entiendas, vívelo” -dijo la princesa.