La Sana Doctrina V

Quiero saludarles de manera especial a cada uno de los que siguen este podcast, un trabajo que desarrollamos con el ánimo principal de dar el honor debido a nuestro Dios, enseñando con gran solicitud, responsabilidad, esmero y temor, esas maravillosas verdades que dieron inicio al tema de este proyecto: Al Dios no Conocido.
En nuestra última sesión, estudiamos a través del ejemplo de los nobles bereanos, cuál es la actitud que nos debe acompañar, al momento de ser expuestos a la enseñanza bíblica; aprendimos que debemos contrastar con solicitud, toda instrucción con las sagradas escrituras. En ese mismo orden, hoy abordaremos el tema de la responsabilidad individual de preservar la Sana Doctrina; es decir, qué debo hacer cuando el mensaje expuesto, una vez contrastado, no corresponde o contradice la verdad bíblica? ¿Hay instrucción en la Palabra de Dios a este respecto?
Para desarrollar este episodio, vamos a introducirnos primeramente en el tema de la autoridad en la iglesia; destacando dos aspectos sustanciales, los cuales debemos diferenciar con firmeza.
Cuando hablamos de autoridad en la Iglesia, debemos distinguir, entre ser y ejercer; es decir quien es autoridad, y quien ejerce autoridad. Ahora bien, la escritura discrimina con mucha precisión estos dos aspectos.
Pero, vayamos en principio, al significado etimológico en el contexto bíblico de la palabra autoridad: Proviene del término griego exousia; y hace referecia al ejercicio justo y legítimo del poder; otras inflexiones son: Dominio, Imperio, Poder, Potestad, Reino; también se entiende como el derecho legal y/o moral de ejercer poder, o poder que se posee con derecho. Hecha esta aclaración, veamos en primer lugar, quién es la autoridad de la iglesia?
La biblia declara que sobre la iglesia hay tres autoridades, y éstas son de naturaleza divina. Entonces tenemos a Cristo, a la Palabra de Dios y al Espíritu Santo.
1. Respecto a Cristo: Él es la cabeza única de la iglesia, de manera tal, que nadie más puede abrogarse ese derecho; porque es exclusivo de Cristo. Efesios 5:23:”Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador”. Ef. 4:15: “Sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo”.
Recordemos brevemente, la relevante controversia que se suscito en la iglesia de Corinto, originada por la confusión sobre la singularidad del señorío de Cristo. En aquel entonces, los miembros de esta iglesia en su extravío, reconocieron en Pablo, Apolos y Cefas este privilegio; asunto que el apóstol no tardó en atender, con una maravillosa teodicea; donde Cristo es magnificado y exaltado como el poder de Dios, y la sabiduría de Dios, por antonomasia.
2. Respecto a la palabra de Dios: Es la única norma de fe y conducta. Uno de los principios que dio origen al movimiento de la reforma protestante de 1517; y que hoy en día, forma parte estructural de la confesión de fe de la gran mayoría de iglesias evangélicas en el mundo, es el reconocimiento de las Sagradas Escrituras, como la única regla suficiente, segura e infalible de todo conocimiento, fe y obediencia salvadores.
En Worms, una ciudad alemana, en 1521, tuvo lugar un tribunal a donde fue llevado Martín Lutero. En su defensa de la exclusividad de las Sagradas Escrituras, como fuente única de autoridad para la iglesia, dijo: “Si no se me convencen mediante testimonios de la Escritura y claros argumentos de la razón –porque no le creo ni al papa ni a los concilios ya que está demostrado que a menudo han errado, contradiciéndose a sí mismos– por los textos de la Sagrada Escritura que he citado, estoy sometido a mi conciencia y ligado a la Palabra de Dios. Por eso, no puedo ni quiero retractarme de nada, porque hacer algo en contra de la conciencia no es seguro ni saludable. ¡Dios me ayude, amén!”.
3. Respecto al Espíritu Santo: Él es el Vicario de Cristo. En el evangelio de Juan, se registran estas palabras del Señor Jesús, referentes a la persona del Espíritu Santo: Jn. 14:15: “Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: El Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce.” Versículo 25: Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. En el Capítulo 16, del mismo evangelio, dice: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré”. Versículo 12: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. 13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. 14 Él me glorificará”.
El Espíritu Santo, es quien hace las veces de, o quien tiene el poder y facultades de Cristo y/o lo sustituye. Eso es lo que significa la palabra vicario. Por tanto, Él es hoy en día, el Dios con nosotros, el Dios en nosotros. Es tan autoridad como lo es Cristo.
Teniendo estas verdades en mente; ahora, veamos quienes ejercen autoridad en la iglesia, o dicho de otra manera, quienes representan la autoridad delegada?
Si hemos entendido a cabalidad el punto anterior y nos sometemos a la Autoridad de la Biblia, entonces, debe ser exclusivamente ella quien puede proveernos la respuesta.
Desde el Antiguo Testamento, hemos visto a Dios delegando su autoridad en los hombres, por ejemplo, Gn. 1:28: “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”. De igual manera, nuestro Dios hace esta delegación en los jueces, los profetas, los reyes, los sacerdotes; en una larga lista de hombres como: Noé, Abraham, Moisés, Aaron, Samuel, Elías, Jeremías, Isaías, José, Daniel, Nehemías, Saúl, David, Salomón, entre tantos otros, muchos de ellos en el anonimato.
Para los tiempos de la iglesia, el Señor llama a quienes han de atender esta santa convocatoria para presidir en medio de su pueblo; Él precisa cada detalle para su apropiado ejercicio; sin dar lugar a la más mínima sugerencia o aporte. “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey”. (1 Pe. 5:2).
En Efesios 4:11-13, Encontramos a algunas de esas autoridades delegadas por Dios. “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.
El ministerio fundante, fue una tarea desarrollada por los apóstoles y profetas. Efesios 2:20, declara: “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo. Luego vemos el ministerio edificante, en cabeza de los evangelistas, pastores y maestros; quienes a través de las generaciones vienen desarrollando esta labor hasta nuestros días.
La incipiente iglesia de Jerusalén, comenzaba a crecer junto con algunos problemas que debían ser atendidos asertivamente; de manera, que los apóstoles señalan o delegan a hombres fieles y de buen testimonio, sabios y llenos del Espíritu Santo, para estar al frente de éste servicio administrativo (los llamados diáconos).
El principio de la Autoridad delegada, descansa su legitimidad en el sometimiento incondicional y categórico a la Autoridad Divina; si quienes han recibido semejante vocación, desestiman deliberadamente este fundamento; afrentan a la autoridad que representan; y a menos que vengan a la confesión y al arrepentimiento, deben ser privados por completo de su designación. El apóstol Pablo afirma en múltiples ocasiones, que el sometimiento absoluto al principio de autoridad divina, es un asunto de vital importancia; notamos en cada referencia, su insistencia para no caer en el descuido de privilegiar a los hombres antes que a Dios. “ Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo. Carta a los Gálatas 1:10; otras referencias similares están en: Ef. 6:6; Col 3:22; 1 Ts. 2:4
Este breve resumen acerca de la diferencia entre Ser Autoridad (exclusivo privilegio divino), y ejercer autoridad (la delegación divina para el hombre), nos provee los argumentos suficientes, para concluir, que mi deber de someterme a las autoridades que Dios delegó en la iglesia; está sujeto al sometimiento de éstas a la Autoridad Suprema de Dios en Cristo, las Sagradas Escrituras y el Espíritu Santo.
La Biblia nos instruye en Hebreos 13:17 así: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta”; y en 1 Tesalonicenses 5:12: “ Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra”. Sin embargo, con el mismo énfasis, nos advierte a estar vigilantes ante cualquier distorsión o desvío de la Sana Doctrina.
1 Pedro 3:15: “Sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros.
2 Timoteo 3:16: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.
Estos dos pasajes de la Escritura, nos animan a estar continuamente dispuestos a exhortar y corregir, cualquier descuido doctrinal o enseñanza errada de parte de un líder, diácono o siervo; así como también de un anciano, un pastor o un maestro; aclarando, eso sí, con toda vehemencia, que debo hacerlo de conformidad con la instrucción bíblica, es decir, con toda consideración, en mansedumbre, humildad, reverencia y especialmente amor; que es el vínculo perfecto.
Finalmente, esta disposición debe ser de dos vías; porque también debo estar humildemente dispuesto a ser corregido en el mismo sentido, cuando fuere necesario.
Colosenses 3:16, dice: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría.”
Que el Señor nos añada su gracia cada día. hasta la próxima.